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Lecturas para la Vida: Ramiro y una insólita aliada

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Alejandro José Ortiz Sampablo

Ramiro tardó 12 días en eclosionar del huevo que su madre depositó en un algodoncillo de hoja estrecha que escogió especialmente para él, para que no le hiciera falta un buen alimento una vez que pusiera una patita en este mundo.

Mientras estuvo dentro del cascarón, escuchaba a la distancia cómo sus hermanos, ni bien rompían el huevo que los contenía, acudían lo más pronto posible a encontrarse para acompañarse y jugar. Y aun cuando, de vez en cuando, le daban ganas de reunirse con ellos, prefería seguir durmiendo otro poquito, de tal forma que el huevo se rompió por si solo, como si fuese un mandato de la naturaleza.

Ramiro quiso salir lo más rápido posible, pero sus patitas estaban tan entumidas que parecía que cada una de ellas tenía que pedirle permiso a las otras para moverse. Cuando por fin estaba listo, a lo lejos, Javier, uno de sus hermanos, le hacía señas de alarma, pues cerca de los algodoncillos, un escribano de Smith volaba en busca de algún insecto para alimentarse, así que rápidamente Ramiro tuvo que cubrirse y esconderse; lo que le vino bien a sus ganas de dormir.

Cuando despertó había caído el sol, y sus hermanos que horas antes jugaban, continuaban a la luz de la luna con el proceso para convertirse en pupa. Por haber dormido de día, no lograba pegar los ojos. Se sirvió de cuanta técnica se le ocurrió para conciliar el sueño, pero solo lo logró a unas horas antes del amanecer.

Al medio día despertó con sobresalto, pues tuvo un sueño horrible, donde él miraba cómo los demás, convertidos en mariposas monarcas, partían abandonándolo y a decir verdad no estaba lejos que eso sucediera, pues al acudir con sus hermanas y hermanos, se percató de que Javier, al igual que muchos más, estaban por concluir su etapa larvaria.

Intentaba mantener la calma, hacía respiraciones mientras sentía que su corazón podría salir volando de su pecho. Por momentos pensaba que hubiese sido mejor que el ave se lo hubiese comido y así no tendría que sufrir tal agobio. Pasaron los días y quedó hecho un capullo, juró no demorarse tanto en salir como lo había hecho en el huevo.

Las pesadillas no lo abandonaron durante el proceso, fue tanta la energía que se produjo con ellas, que convertirse en mariposa le tomó menos tiempo posible que el que la madre naturaleza le permitía. Al abrir sus negros ojos, lo primero que vio fue a Javier, quien lo invitaba a volar.

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