La pérdida de un ser amado siempre produce dolor; es casi una verdad absoluta. Si dicha pérdida es súbita, el dolor se multiplica y se ve inherentemente acompañado de rabia
¿Cuándo terminará mi tormento? Apenas hace unos días pensé que todo iría mejor en mi vida, y otra vez volví a caer. ¿Por qué no vi la trampa?”, refunfuñaba Simón.
Nací José, en el solsticio de verano. Un día de los dos más largos del año que, a la larga, valga la redundancia, se convertiría en mi sonata de burla.