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Andador de Letras: Una mañana

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Jessica Santiago

No me gusta que mis zapatos brillen tanto, son nuevos. Ayer, mis papás los trajeron de la ciudad. Me los compraron porque hoy empiezan las clases. “¿Tengo que usar solamente cosas nuevas?”, le pregunto a mi mamá. No responde, sólo se apura.

Tengo 8 años, nada puedo hacer contra lo que mande y debo vestirme como a ella se le ocurra. Pero no quiero que mis compañeros huelan el charol, ni que observen el reflejo de sus pequeñas caras en mis zapatos. Mi mochila y mis cuadernos también son nuevos, incluso mi uniforme. ¡Toda yo huelo a nuevo!Huelo al pasillo de mochilas de la Central de Abasto.

Mi padre me desenreda el cabello con cuidado mientras mamá prepara dos tazas de café, una con leche, para mí, y la otra sin azúcar, para ella. “¿Y qué ganan dándome todas estas cosas así, nuevas?”

Papá me coloca un listón azul en la cabeza y lo sujeta con un par de pasadores; hace una diadema. “Mira, ¡qué bonita! Hasta combina con tus ojos”, me dice. “Pero mis ojos no son azules”, le respondo y me pregunto de qué color son mis ojos. Descubro que mi listón también es nuevo; pienso en las niñas de la escuela, ¿acaso también ellas están estrenando algo? Quizá las mismas cosas. 

Tal vez a todas las niñas de tercer año de primaria, justo en este instante, sus padres les están desenredando el cabello y colocándoles listones a manera de diademas: miles de listones nuevos de todos los colores. Quizá sus padres y ellas están llevando a cabo la misma ceremonia.

Mis zapatos rechinan cuando camino. Si siguen así, en la escuela todos los escucharán, voltearán a verlos y adivinarán que son nuevos. Me dará pena.

Dentro de la mochila, mamá ha colocado una bolsita con colores, tijeras, un pegamento, un borrador con aroma y un corazón amarillo que es un sacapuntas. Adivino: ayer compraron todo esto, hoy lo usaré por primera vez y en una semana estaré rogando por otro borrador, por otro lápiz.

Mamá bebe su café y papá me apura con el mío mientras saca del refri una caja de jugo de manzana y bebe de ella. Mi café está tibio. Doy un sorbo y mis lentes se empañan. Cierro el ojo izquierdo y veo desempañarse el lente derecho.

Conforme se desempañan mis lentes, miro a mi alrededor: la cocina es nueva, todo está limpio; en la tapa del horno de la estufa se reflejan las piernas de mi madre y el encaje de su vestido. El microondas está trabajando con una sopa adentro y en su tapa se refleja parte de la panza de mi papá cubierta por su chamarra gris.

Él guarda las manos en las bolsas. En el techo no hay moscas, ni cochambre, el suelo está recién trapeado; tampoco hay trastes sucios. Huele a lluvia. Miro hacia abajo, traigo puestas unas botas de gamuza y alcanzo a ver una manchita amarilla y otra más de color azul. También tienen lodo. 

Mi papá sostiene la caja de jugo, está recargado junto al microondas, mira distraído el suelo. Mi hermano llega a la cocina. “Ya no iré a la escuela”, le dice a mi papá mientras saca la sopa del microondas. Se colocan uno al lado del otro y me sonríen. Doy un sorbo a mi café que sigue tibio. Se empañan mis lentes.

Mi madre le grita a mi hermana menor: “¡Javiera! ¡Si no te apuras, nos quedamos otra vez en la puerta!” La pequeña aparece unos instantes después; usa unos tenis azules con agujetas blancas. Están nuevos.

Palpo mi cabello y siento la tersura del listón. ¿De qué color son mis ojos? Mi madre se despide y me dice que cierre y le pase la mochila que está sobre la mesa; ha guardado una torta de huevo después de una lapicera. La cierro y se la doy. Se va con Javiera, veo alejarse a dos mujeres pequeñitas. 

Termino mi café. Tomo mi mochila y me percato de la mugre en las asas, los parches en la bolsa grande, un hilo larguísimo que sale de no sé dónde, lo arranco, no importa, me la echo a la espalda. Llevo un termo con más café.

Me despido de mi padre que sigue junto al horno y de mi hermano que ya no irá a la escuela. Papá me da un beso en la mejilla y me acaricia el cabello. Mi hermano me dice que huelo al pasillo de los chivos de la Central de Abasto, que ya cambie de zapatos.

Semblanza

Jessica Santiago, poeta y narradora oaxaqueña. Es autora del libro "Lo que inventa la memoria" (2022) y ha participado en las antologías "Escribir es lo desconocido" (2022) de La Sociedad de las Poetas y "Cuentos de la panspermia" (2013), de donde extraemos el presente texto.

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