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MISCELÁNEA: Ignacio Ramírez, un liberal puro

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Foto(s): Cortesía
Redacción

Leonardo Pino

 

El maestro Guillermo Prieto escribió: “Yo, para hablar de Ramírez, necesito purificar mis labios, sacudir de mi sandalia el polvo de la musa callejera, y levantar mi espíritu a las alturas en que se conservan vivos los esplendores de Dios, los astros y los genios”

¿A cuál de los innumerables Ramírez del México criollo, se refería el gran escritor y político liberal? A otro también gran escritor y político liberal: a don Juan Ignacio Paulino Ramírez Calzada, conocido por sus contemporáneos, y por la historia, como Ignacio Ramírez, El Nigromante. 

Nacido en San Miguel El Grande, Guanajuato, el 22 de junio de 1818, Ramírez fue educado en los principios liberales más puros y en el amor a la Patria.

En la Ciudad de México, ingresó al Colegio de San Gregorio, a la vez que recorría las bibliotecas más importantes, donde adquirió conocimientos de jurisprudencia, latín, sánscrito, francés, náhuatl, botánica, astronomía, economía, filosofía, historia, álgebra, teología, literatura. 

El 18 de octubre de 1836, presentó el examen de admisión en la Academia de Letrán. En su discurso de ingreso, Ignacio Ramírez, afirmó: “(…) No hay Dios, los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”. 

El discurso fue tan inesperado y genial, que la Academia (muy a pesar de los más conservadores) decidió abrirle la puerta a este joven. Su amigo y colega Guillermo Prieto, lo describió así:
“En el auditorio reinaba un silencio profundo. Ramírez sacó del bolsillo del costado, un puño de papeles de todos tamaños y colores; algunos impresos por un lado, otros en tiras de recorte de molde de vestido, y avisos de toros o teatros. Arregló aquella baraja, y leyó con voz segura e insolente el título que decía: No hay Dios... El estallido inesperado de una bomba, la aparición de un monstruo, el derrumbe estrepitoso del techo, no hubieran producido mayor conmoción. Se levantó un clamor rabioso que se disolvió en altercados y disputas. Ramírez veía todo aquello con despreciativa inmovilidad[...]”.

Las palabras fueron una bomba, pues liberales y conservadores (la mayoría) eran creyentes. Algunos estaban a favor de que hablara, otros estaban en contra. Le gritaron hereje, blasfemo, diabólico... Pero entonces habló don Andrés Quintana Roo, el patriarca de esta comunidad intelectual, y aseguró que él no presidiría las sesiones de una academia que aplicara mordazas; posó su mano sobre la cabeza de Ramírez, quien entonces tenía 19 años, y lo invitó a continuar con su exposición.

En 1845 se recibe de abogado en la Real y Pontificia Universidad, y adopta el seudónimo El Nigromante, al fundar, con  Guillermo Prieto y Manuel Payno, el semanario Don Simplicio. Este medio ejerció una sátira constante contra los conservadores y luchó por “contribuir a la regeneración moral de la sociedad mexicana” y “defender rabiosamente un modelo republicano y popular de gobierno”.

Ignacio Ramírez se alista como soldado para luchar contra la invasión norteamericana de 1846 y combate en la batalla de Padierna. A fines de 1848, ejerce como abogado en Toluca y colabora en la fundación del Instituto Científico y Literario de Toluca, en el que imparte, de manera gratuita, las cátedras de derecho y literatura, a la vez que organiza un programa de becas para apoyar a estudiantes pobres.

 

 

El Nigromante y los indígenas

Ramírez ocupó varios puestos públicos y fue profesor en distintos recintos educativos, como el Instituto Científico y Literario de Toluca. En esa institución creó un programa de becas para jóvenes indígenas; uno de los beneficiarios sería Ignacio Manuel Altamirano, quien se volvería, gracias a esta ayuda, uno de los escritores más importantes de ese siglo en México.

En esos mismos años, Ramírez se alistó como soldado para luchar contra la invasión estadounidense y participó en la batalla de Padierna. Aun así, siguió con sus inclinaciones intelectuales y publicó su "Ensayo sobre las sensaciones", dedicado a la juventud mexicana (1848). Regresaría para continuar con sus acercamientos con las comunidades indígenas con uno de sus artículos más polémicos titulado "A los indios" (1850).

Por causa de ese artículo lo acusaron de “delitos de imprenta” y su texto fue calificado como “sedicioso, infamatorio e incitador a la desobediencia”. Pero Ramírez era un brillante abogado y después de realizar su defensa, el jurado lo absolvió, aunque los sectores conservadores lo obligaron a retirarse de su cátedra por “corrupción de las mentes juveniles”. 

Durante toda su azarosa y coherente vida, ejerció el periodismo de forma apasionada y talentosa y tuvo importantes responsabilidades como ministro de Justicia, Instrucción Pública y Fomento y magistrado de la Suprema Corte de Justicia, en cuyo ejercicio falleció el 15 de junio de 1879.

Pese a que manejó cantidades exorbitantes de dinero por la liquidación de los bienes eclesiásticos, murió en la mayor pobreza.

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