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Consideraciones para tomar en cuenta

taller-personas
Foto(s): Cortesía
Redacción

Alejandro José Ortiz Sampablo

En el medio donde viví parte de mi infancia, era común escuchar -además de historias y chistes- algunos dichos y refranes. Uno de tantos era el siguiente: “Tanto quiso el diablo a su hijo, que le sacó un ojo”.

Un reformatorio peculiar

El taller de mi padre, como lo he mencionado en otras notas, estaba dedicado a la hojalatería y pintura automotriz, pero, cada determinado tiempo, era tomado por algunos padres y madres como “reformatorio” para sus hijos. Yo, de hecho, he tenido la oportunidad de conocer a algunos jóvenes profesionistas que en su momento fueron uno de esos chicos, quienes después regresaban al taller como clientes. Así, he podido escuchar las sentidas palabras de agradecimiento que le brindan a mi padre.

Ser testigo de esas historias resultaba intrigante, pues debo aclarar que mi padre no era de trato delicado, sino más bien brusco, enojón y tenía una fama muy bien ganada de regañón. Yo me preguntaba si era que, a sabiendas de esto, los padres llevaban a sus muchachos -pues yo, siendo su hijo, ni de loco me atrevía a contradecirlo-; o acaso era la esperanza de que el trabajo duro al que iban a ser sometidos sus hijos les ayudara a rectificar sus conductas, siendo las más comunes las siguientes: no obedecían a su madre, eran “contestones” o iban mal en la escuela. Cada vez que esto sucedía, era para mí un momento importante pues sabía que tendría un nuevo compañero, pero también me permitía observar cuál sería la historia que se desarrollaría, y si se cumpliría el cometido.

La autoridad y el otro

En otras notas he mencionado la subversión de los valores, pero este ejemplo me permitirá escribir a qué me refiero. ¿Por qué un chico permitía que un adulto, ajeno a su familia lo mandara, lo regañara fuertemente, y que después de eso, incluso tomara a bien sus palabras? En esa época era habitual que los adultos -perfectos desconocidos- nos corrigieran si nos veían realizar alguna conducta que consideraban inadecuada. Un ejemplo de ello, que guardo en la memoria, es una anécdota que me sucedió al lado de un compañero de la escuela primaria. En esa ocasión nos escapamos a la hora del recreo para ir a comprar un material a la papelería que se encontraba a unas cuadras de la escuela; de camino, un señor que nos encontró al paso, nos gritó: “¿A dónde van chamacos?, si es hora de escuela”; y nos acompañó de regreso. Mi amigo y yo sabíamos que lo que hacíamos era incorrecto, pero eso no fue lo único que influyó para que hiciéramos caso a la autoridad que representó el señor.

En aquellos años, también se comenzaban a escuchar frases como: “Es mi hijo y nadie lo toca”, o “El único que puede regañarte soy yo”; esto, derivado -podemos suponer- de los excesos con que algunos adultos acompañaban su ejercicio del poder, pero como sucede en toda revolución, en este caso la que sucedió en el siglo pasado, la de las ideologías, fueron barridas muchas prácticas que bien podríamos considerar el día de hoy para la formación de nuestros hijos; veamos cuáles son.

Continuará el lunes…

¿Quieres saber más? Pide informes a los teléfonos 951 244 7006/951 285 3921 y ¡Hazte escuchar por un psicoanalista del INEIP A.C.!

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