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Denarios: El cráneo

Foto(s): Cortesía
Redacción

Sebastiana Gómez 

Eliseo comenzó a arrepentirse de haber aceptado el regalo de su tía cuando sus amigos le dijeron que ya no se sentían en confianza de subir a su carro, porque ver el cráneo les hacía sentir algo raro, pero que “no era miedo”, según ellos mismos aclaraban. Después de eso, cuando Eliseo subía a su vehículo, sentía en la espalda una mirada penetrante que le enchinaba la piel.

Al buscar por el retrovisor al causante, sus ojos sólo se encontraban con las cuencas vacías del cráneo. Eliseo se concentraba en manejar para olvidarse del acompañante que llevaba atrás, pero alguna vez escuchó que susurraban su nombre al oído y sintió un aire frío recorrer su espalda. Una noche, para celebrar un aniversario más de feliz matrimonio, Eliseo invitó a su esposa a cenar a un lugar muy especial.

Al terminar, ella le pidió las llaves para abrir el auto mientras él pagaba la cuenta. Al querer abrir vio una persona acostada en el asiento de atrás. Ella corrió a ver a su esposo para decirle lo que había visto. Regresaron de prisa al estacionamiento y él revisó dentro del carro, pero no encontró a nadie. Ya en casa, antes de disponerse a descansar, su esposa le dijo: Necesito que me digas que vas a hacer con el cráneo.

Desde que traes esa calavera en el carro yo no me siento bien y no me volveré a subir en él. Eliseo quería mucho a su esposa. Estaba arrepentido de no haber preguntado su opinión antes de aceptar el regalo y prometió que pronto lo resolvería, así que un fin de semana se levantó muy temprano, se despidió de su esposa, abordó el auto y tomó la carretera rumbo a la costa.

Durante el trayecto ya no tuvo las sensaciones de cuando manejaba en la ciudad. Levantó la cabeza y mirando al cráneo por el retrovisor le dijo: Te voy a dejar a donde te traje, tranquilo. Y así fue el viaje. La doctora se sorprendió al ver a su sobrino y él le explicó que, con mucha pena, pero le tenía que devolver el regalo. Eliseo le contó sus experiencias con el cráneo; su tía también le contó las suyas y el miedo que llegó a sentir por lo que pasaba en la casa y en el consultorio. Acordaron entonces ir a dejar el cráneo al lugar de donde lo trajeron, sólo que ninguno de ellos lo había encontrado, había sido Rita.

Sin embargo, existía un pequeño inconveniente, la joven ya no estaba con la doctora. Eliseo y Marcela fueron a buscarla, pero los papás dijeron que ahora vivía en la ciudad de Puebla con unos parientes, para poder estudiar. Después de varios intentos lograron comunicarse con ella y preguntarle dónde había encontrado el cráneo. Rita les dijo la ubicación y con ayuda de los padres de la muchacha, fueron a buscar el lugar.

Al depositar el cráneo esperaban encontrar algún indicio del resto del cuerpo, pero fue en vano. Eliseo y su tía excavaron junto a la cerca del terreno y ahí depositaron el cráneo. Los papás de Rita le pusieron flores y una veladora. Eliseo, para terminar, le dirigió estas palabras: “Nadie de nosotros sabe quién eres, pero te volvemos a dejar aquí donde te encontraron. Era obvio que no estuvieras bien entre nosotros, por eso te dejamos en el mismo lugar para que descanses en paz.

Y que Dios te perdone”; Entre todos hicieron una oración por el descanso de su alma y por la tranquilidad de los que cargaron con el cráneo de un desconocido.

“Un fin de semana se levantó muy temprano, se despidió de su esposa, abordó el auto y tomó la carretera rumbo a la costa”.

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