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LECTURAS PARA LA VIDA: Cartas de Ernest Hemingway

segunda-portada
Foto(s): Cortesía
Redacción

Mónica Ortiz Sampablo

 

Última de tres partes

 

Te estás poniendo tan hermosa que tendrán que sacar fotografías de tu pasaporte de 9 pies de altura. ¿Qué es lo que realmente quieres hacer en tu vida? ¿Romper el corazón de todos por una moneda de diez centavos? Siempre podrías romper el mío por una de cinco centavos y yo pondría la moneda". 

Este fragmento, tomado de una de las cartas de Ernest Hemingway, no sorprende por su contenido, pero sí por la destinataria; se trataba de la actriz Marlene Dietrich. 

Se conocieron en 1934 cuando ambos viajaban en un barco; ella, toda una diva, dejó deslumbrado al escritor, aunque por esos tiempos estaba casado con Pauline Pfeiffer.

Ernest y Marlene mantuvieron una relación epistolar que reflejaba más que un simple coqueteo, el deseo de estar juntos, unión que no se consumó. La familia de la actriz sostiene que la relación entre ambas celebridades no pasó de ser un amor platónico. Como él lo expresó a uno de sus mejores amigos “fueron víctimas de una pasión no sincronizada”.

Dietrich escribe en 1951: "Querido Papa. Creo que ya es hora que te diga que pienso en ti constantemente. Leo y releo tus cartas incesantemente y hablo de ti con ciertos hombres. He movido tu retrato a mi cuarto y lo miro con cierta debilidad".

Se escribían desde diversos lugares, ambos viajaban mucho y no desperdiciaban la oportunidad para tomar la pluma y el papel (o la máquina de escribir) para dejar que el sentimiento hiciera lo propio; vivieron el amor a través de sus letras, ya que cuando llegaban a encontrarse personalmente, no lograban llegar más allá. 

"Marlene, te quiero por encima de todas las cosas, y lo sabes endemoniadamente bien", le escribió Ernest Hemingway, estando en Cuba.

Huellas de un amor intenso en 31 cartas que la hija de Marlene, María Riva, donó al museo John F. Kennedy de Boston.

Apasionado de la pesca, amante de las armas, enamorado de la escritura, mujeriego empedernido, machista de su época, reconocido por su narrativa que le valió el Premio Nobel de Literatura en 1954, le gustaba aprovechar el tiempo al máximo, disfrutó la vida como pocos y se retiró de ella por voluntad propia el 2 de julio de 1961. 

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