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Miscelánea: Memorias de Hiroshima

bomba
Foto(s): Cortesía
Redacción

Leonardo Pino

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Se acercaba el tiempo del Obon, conmemoración de los difuntos, en el que las familias japonesas honran la memoria de sus antepasados; el sonar de los grillos se imponía a la monótona canción de las cigarras, que anunciaba la cercanía del otoño.

El verano del ‘45 declinaba en el delta del río Ota, cuyos siete brazos resguardan la ciudad de Hiroshima en su centro y la divide en islotes unidos por puentes.  Alrededor del puerto, los vecinos comenzaban a rociar agua en las calles y jardines para atenuar el calor; las ventanas de las casas lucían cortinas verdes de balsamina, loto y onagra que se deslizaban hasta el suelo y filtraban la luz solar. 

La vasta isla flanqueada por colinas cubiertas de bosques, amanecía en la desembocadura del valle. Era un día más en la vida de los Akira, Hikari y Sakura innumerables. Hiroshima, entonces una de las ciudades más industrializadas del Japón, se aprestaba a honrar piadosamente su historia, su pasado y su cultura milenaria.

Era el 6 de agosto de 1945.

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Ese día, exactamente a las ocho y quince minutos de la mañana, la destrucción se abatió sobre Hiroshima, ahora devenida en una dolorosa masa de escombros, coronada por un hongo ominoso.

En el inmenso cráter de polvo yacían más de cien mil personas de todas las edades; miles más morirían en el transcurso de los años a causa de la radiación que habían sufrido.

"Por las fangosas orillas, ya no hay gente mirando la lenta subida de la marea en los siete brazos del estuario del río Ota (...) Ciudades enteras montan en cólera. ¿Contra quién, la cólera de ciudades enteras? La cólera de ciudades enteras, tanto si lo quieren como si no, contra la desigualdad establecida como principio por ciertos pueblos contra otros pueblos, contra la desigualdad establecida como principio por ciertas razas contra otras razas, contra la desigualdad establecida como principio por ciertas clases contra otras clases". (Marguerite Duras; Hiroshima, mi amor).

Un solo edificio permaneció en pie: la Cúpula de Genbaku, hoy Memorial de la Paz de Hiroshima; un árbol sobrevivió a la masacre: el ginkgo, que se cubre de hojas en otoño.

"La civilización mecánica acaba de alcanzar su último grado de salvajismo", escribió Albert Camus, dos días después de la tragedia.

 

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Tres días después de la tragedia de Hiroshima, el 9 de agosto de 1945, una bomba de plutonio destruyó la ciudad de Nagasaki, donde murieron 74 mil personas. Estos ataques nada heroicos determinaron la rendición incondicional de Japón y el final de la Segunda Guerra Mundial.

La conflagración armada duró cinco años, once meses y catorce días; la ceremonia de rendición formal de Japón ocupó solo 23 minutos. Tuvo lugar en la Bahía de Tokio, a bordo del USS Missouri, el 2 de septiembre de 1945. 

En la Cúpula de la Bomba Atómica, ya muy pocos hibakushas –sobrevivientes de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki– oran por la paz alrededor del Cenotafio del Memorial a las víctimas. Este, que fue construido por el arquitecto Kenzo Tange, muestra el epitafio "Descansad en paz, pues el error jamás se repetirá".

“Yo, como testigo sobreviviente de Hiroshima / adondequiera que me arrastre / daré mi testimonio / y cantaré con todo mi corazón. / ¡Basta de guerras en el mundo! (Sadako Kurihara; Doy testimonio sobre Hiroshima (fragmento).

EX LIBRIS

"Hiroshima mon amour" es un relato corto, entrañable y ya clásico, escrito por Marguerite Duras y convertido en guion para la película del mismo nombre dirigida por Alain Resnais. Narra un romance breve, condenado al adiós inmediato –pero no al olvido-, entre una mujer francesa y un japonés, en la ciudad devastada de Hiroshima, doce años después de la tragedia nuclear.

El texto, de una bellísima urdimbre, teje una metáfora sobre el amor y el olvido y una estrecha relación con el pasado de los personajes y el de la ciudad que los contiene, la que se convierte en un personaje omnipresente en el relato. Los amantes furtivos hablan sobre sí mismos y sobre Hiroshima; sus palabras fugaces se mezclan de tal manera que, al final, no es posible discernir la historia (ni el imposible olvido) de ellos y la de la ciudad mártir. Hiroshima y los amantes son sobrevivientes de su propio pasado.

Es una historia de amor, pero también un memorial de las heridas insondables que dejó la II Guerra Mundial: “De la misma manera que existe esta ilusión en el amor, esta ilusión de ser capaz de no olvidar nunca, también yo he tenido la ilusión ante Hiroshima de que jamás olvidaría. Igual que en el amor. ¿A qué negar la evidente necesidad de la memoria...?”r

VENTANA

Palabras del general

- ¡Tierra y libertad!

- La tierra es de quien la trabaja.

- Mejor morir de pie que vivir toda una vida arrodillado.

- El que quiera ser águila que vuele, el que quiera ser gusano que se arrastre, pero que no grite cuando lo pisen.

- Los enemigos de la patria y de las libertades de los pueblos, siempre han llamado bandidos a los que se sacrifican por las causas nobles de ellos.

- El campesino tenía hambre, padecía miseria, sufría explotación y si se levantó en armas fue para obtener el pan que la avidez del rico le negaba.

- La ignorancia y el oscurantismo en todos los tiempos no han producido más que rebaños de esclavos para la tiranía.

- No buscábamos ni buscamos la propia satisfacción del medro personal, no anhelamos la triste vanidad de los honores, ni queremos otra cosa que no sea el verdadero triunfo de la causa.

- Perdono al que roba y al que mata, pero al que traiciona, nunca.

 - La revolución agraria se ha hecho y sostenido por el solo esfuerzo de los hombres del sur, sin que estos hayan recibido nunca la menor ayuda del extranjero; ni un rifle, ni un peso, ni un cartucho.

 - Deseo que cuando muera, mis hijos no se avergüencen de su padre; que nadie pueda decir que Zapata fue un cobarde o un traidor.

- El capitalista, el soldado y el gobernante habían vivido tranquilos, sin ser molestados, ni en sus privilegios ni en sus propiedades, a costa del sacrificio de un pueblo esclavo y analfabeto, sin patrimonio ni porvenir.

- La Revolución, incontenible, se encamina hacia la victoria.

- No veré terminar esta revolución, porque las grandes causas no las ve terminar quien las inicia, prueba de ello es el señor cura Hidalgo y otros.

-No abandonaremos la lucha, hasta que, victoriosos, podamos garantizar en nuestra cabeza el advenimiento de una era de paz que tenga por base la justicia y como consecuencia la libertad económica.

– Recuérdese siempre que no buscamos honores, ni recompensas. Vamos sencillamente a cumplir el compromiso solemne que hemos contraído, dando pan a los desheredados y una patria libre, tranquila y civilizada a las generaciones por venir.

- Moriré siendo esclavo de los principios, no de los hombres.

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